La fiebre romana, la peste -o como quiera que se llamase la epidemia que barrió toda la península itálica y se hizo dueña de su cuerpo- lo consume, lo debilita, le deja las ojeras y la piel amarillenta que estás viendo: porque él mismo se autorretrató así, aquí en su Baco enfermo o Bacchino malato.
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Que de la calle lo había recogido Antiveduto Gramática, un viejo amigo del taller de Lorenzi... pero -ahora que apenas si ha pasado tiempo- está tirado en el suelo de un sótano oscuro y hediondo, en medio de la marea enferma de gente a la que, como a él, unos brazos sanos abandonaron allí para morir.
Es el hospital de Santa María de la Consolación, al que van los pobres a agonizar donde poco molesten.
Es el infierno.
Y hasta en el infierno un hombre lo reconoce. El prior.
El prior de Santa María de la Consolación.
Y lo rescata. Y lo pone en manos de unas monjas que, si no lo curan, al menos lo salvan. Que las secuelas de la enfermedad (dolores de vientre y de cabeza) las padecerá hasta una noche que está por llegar y que será de julio, de 1610, y en Porto Ercole.
Pero antes saldrá -después de seis meses- del hospital, y cuando esto suceda le estará esperando el estudio del Cavalier d’Arpino…
✏️ Imagen de cabecera: Caravaggio, Baco enfermo o Bacchino malato (1593 - 1594). Autorretrato
Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 26 de julio de 2012 en el blog Cuentos de Brocelianda
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