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| Anónimo, Sixto V |
A la petición de Sixto V de que todos los artistas de la península itálica vinieran a Roma —para prestarle ayuda en la peculiar lucha en la que se hallaba enfrascado frente a los luteranos—, serían muchos muchos los que acudieran: y nuestro joven de Caravaggio no iba a ser menos.
Ya ha andado su camino. Ya se ha parado, quién sabe, en Parma, en Viterbo, en Florencia... Ya está aquí: cargado de ilusión y de ambiciones. Y de unas pocas obras que eran suyas y que, esperaba, tuvieran la buena acogida entre los romanos que habían tenido entre los lombardos y su protectora familia Colonna: pero bien poco tardaría en desengañarse, que en Roma eso del realismo no le importaba a nadie. La moda era la maniera: la imitación de los viejos maestros Rafael o Miguel Ángel. Lo nuevo no parecía tener cabida aquí... de modo que, aunque fuera por un tiempo —y porque, qué remedio, no se iba a morir de hambre—, Caravaggio pintaría lo que los ojos romanos querían ver pintado.
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| Lionello Spada, Regreso del hijo pródigo |
Fue entonces, mientras malvivía en su ansiada ciudad a la espera de un encargo, cuando un hombre se fijó en él: era un pintor siciliano —Lorenzi se llamaba— y tenía un estudio en el que, al entrar, Michelangelo se reencontró con muchos de sus viejos compañeros de Bérgamo.
Haría amistades, entre la pintura y las juergas, y algunas —como la de Lionello Spada— le durarían hasta la muerte.
✏️ Imagen de cabecera: Caravaggio, San Francisco en oración (1604)
Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 19 de julio de 2012 en el blog Cuentos de Brocelianda 🐈⬛🐌
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