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Las manitas rechonchas del duende, que me pellizcaban la nariz con el auspicio de la luna, hicieron que los abriera. Hicieron que me incorporase y lo mirara de frente. Sé que me sabía culpable, pero no me condenó. Sentándose a mi lado, el Libro grande en brazos y el manuscrito cifrado bien cerquita, dejó en silencio que sus piececillos descalzos se bañaran en la corriente tibia del arroyo sin nombre. Abrió el libro y buscó una página cualquiera, indefinible. Volvió a mirarme, una decena de diminutas luciérnagas acudían ya a prestarle luz, bajó la cabeza y comenzó a leer...
✏️ Imagen de cabecera: autor ¿desconocido? 🤔
Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 3 de septiembre de 2013 en el blog Cuentos de Brocelianda 🐈⬛🕯
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