🌿 El lápiz de las dríades 🐦✨️

Dicen que, cuando el viejo árbol que habitan se muera, ellas morirán con él ... Que las dríades -las hermosas ninfas que pueblan cada rincón entre todas las hojas del mundo... entre raíces, ramas y flores- en sus manitas solo tienen el tiempo con el que cuenta el árbol al que están unidas ... La tarde que las vi por primera vez , una de esas tardes luminosas y tibias de principios de febrero en las que la vida se afana por renacer con tanta fuerza que es imposible que, sobre la tierra, haya alguna criatura -por anciana o niña que sea- que no perciba esa lucha, que no se estremezca ante ese grito mudo... John William Waterhouse,  Hamadríade  (1895) Que no alce los ojos al cielo y suspire de alivio: - Ya se van -se oirá decir a todos los ojos, muy bajito, casi con miedo-: las sombras, todas las sombras se van ya ... Esa tarde -decía-, las dríades me hicieron un regalo:  el precioso lápiz que unos duendes elaboraron para mí , siglos atrás , con madera de espino blanco y unas poquitas esm

✨️ Rey de Camelot ⚔️✨️ (III)

Emil Johann Lauffer, "Merlín presentando al futuro rey Arturo" (c. 1909)

En aquellos años, la autoridad de la dinastía Plantagenet se encontraba ya plenamente consolidada en suelo británico... y por eso, por eso el rey Enrique, pese a que conocía muy bien la leyenda artúrica -y era gustoso de su difusión-, también la temía: temía la figura de ese Arturo al que empezaba a envolver el halo de un mesías... y el rey era él, Enrique II: él y solo él era el rey -y no podría consentir que sus súbditos anduvieran esperando el retorno de otro de cuya muerte no habían existido en la tierra ojos que pudieran dar certeza alguna, cuando bien que hubo quien pudo hacerlo de su vida-: la de un líder, el último caudillo de las tropas britanas enfrentadas -a la muerte del siglo V- en combate a los invasores anglos y sajones en la lucha por la independencia.


Anónimo, "Funerales de Enrique II de Inglaterra" (1396)
Anónimo, Funerales de
Enrique II de Inglaterra
(1396)
Por eso encargó a los monjes de la Abadía de Glastonbury que encontraran la tumba del Rey de Camelot. Tenía que ser allí, allí... en la vieja Ávalon de los celtas, en el reino añorado de las hadas: porque a nadie le habría de extrañar y aquellos huesos le devolverían toda la legitimidad que era suya y que la imaginación colectiva le andaba robando con descaro.
Lo que pasa es que el rey Plantagenet se olvidó de un detalle, o a lo mejor no lo hizo, pero pensó que era tan chico que el tiempo se haría cargo de quitarle su poca o su mucha importancia: y es que, por más que uno o mil reyes se empeñen en arrancarle al suelo su calavera, Arturo sigue y seguirá vivo en su querida Ávalon.

Puedes creerlo, que tú no lo ves, pero él corre a diario a galope tendido montado sobre una yegua blanca por entre la floresta, y blande su espada nueva que no corta (que Excalibur había vuelto hacía mucho a las manos de su dueña: la Dama del Lago): se entrena para su regreso. Se entrena ante los ojos de Morgana, de la hermosa Ginebra, de Lanzarote y de Perceval, y de Galaad, y de Merlín: su amado Merlín... su maestro.

Y así seguirá siendo por siglos y más siglos, mientras quede un solo hombre en el mundo que sueñe. Y que guarde la fe.


Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 29 de junio de 2012 en el blog Cuentos de Brocelianda

"Beato de Fernando I y doña Sancha" (BNE Vitr/14/2). Detalle
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✨️ Lola ✨️

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