🌿 El lápiz de las dríades 🐦✨️

Dicen que, cuando el viejo árbol que habitan se muera, ellas morirán con él ... Que las dríades -las hermosas ninfas que pueblan cada rincón entre todas las hojas del mundo... entre raíces, ramas y flores- en sus manitas solo tienen el tiempo con el que cuenta el árbol al que están unidas ... La tarde que las vi por primera vez , una de esas tardes luminosas y tibias de principios de febrero en las que la vida se afana por renacer con tanta fuerza que es imposible que, sobre la tierra, haya alguna criatura -por anciana o niña que sea- que no perciba esa lucha, que no se estremezca ante ese grito mudo... John William Waterhouse,  Hamadríade  (1895) Que no alce los ojos al cielo y suspire de alivio: - Ya se van -se oirá decir a todos los ojos, muy bajito, casi con miedo-: las sombras, todas las sombras se van ya ... Esa tarde -decía-, las dríades me hicieron un regalo:  el precioso lápiz que unos duendes elaboraron para mí , siglos atrás , con madera de espino blanco y unas poquitas esm

Rey de Camelot ⚔️ (II)

Edward Burne-Jones, "El último sueño de Arturo en Ávalon" (1898)

No debía de ser más que un día cualquiera... uno de tantos que ya se han perdido entre el montón de aquel año 1191 de Nuestro Señor y, sin embargo, en ese hasta los viejos muros de la abadía anduvieron estremecidos de agitación.

Los monjes, nerviosos, enredaban -como lo venían haciendo desde hacía mucho- por el cementerio: de una parte a otra, de una parte a otra, sin dejar un solo hueco entre aquellas tumbas llenas de frailes, de reyes, de santos... indemne a las decenas de ojos buscadores.

Buscadores...

Buscadores los ojos y buscadoras las manos. Que cavan. Que levantan losas. Que se hunden en la tierra.

Enrique II y Leonor de Aquitania (s. XIV)
Enrique II y Leonor de Aquitania (s. XIV)
Que el rey Enrique II les había dejado encomendada una tarea, a las manos y a los ojos: y ellos, ojos y manos, cumplirían el encargo.

Aquel día de las tumbas, la abadía de Glastonbury era ya muy vieja... aunque a ti te hubiera podido parecer que no si la hubieses contemplado desde abajo, ese día, y la vieras tan soberbia: siendo como había sido el primer enclave cristiano de Gran Bretaña... con su suelo, y hasta el aire que la rodeaba, atestados de secretos más antiguos que el hombre.

Que te digo que Glastonbury estaba enterita, enterita, hecha de leyenda. Que a lo mejor no lo sabes, pero de ella llegaría a escribir Robert de Boron -el poeta plenomedieval cuya obra impregnó de cristianismo la antigua tradición celta- que había nacido un día del año 63 d. C. de la mano de José de Arimatea: aquel hombre bueno... el que, siendo miembro del sanedrín, había cedido su sepulcro al cuerpo crucificado del Nazareno -y, por cuya falta, fue preso media vida acusado del robo del cadáver...-.

Se echó a la mar con otros cristianos, José, en cuanto se vio libre -dice el poeta-. Y llegó a las costas francesas desde donde, ya solo, emigró a las Islas Británicas: para recalar en Glastonbury -donde ahora está nuestra abadía de manos y ojos buscadores- e hincar su cayado en la colina rodeada de aguas que los britanos llamaban Ávalon... y que hoy domina el feérico condado de Somerset.

Abadía de Glastonbury
Abadía de Glastonbury

José de Arimatea vería crecer de su bastón -hundido en las viejas tierras celtas- una zarza. Y sabría entonces que había de ser allí, y no en ningún otro lugar, donde debía levantar su iglesia y esconder lo más valioso que tenía: la lanza del romano Longinos... la que atravesó el costado de Jesús, provocándole la marea de sangre y agua; y el cáliz: el de la Última Cena, el mismo que él había empleado -al mediodía siguiente- para recoger la sangre de Cristo muerto en la cruz y que, más tarde -según algunas versiones-, serviría de soporte para el alimento que el propio Jesús resucitado le facilitó en los largos años de su cautiverio...

Los monjes escarban.

Escarban.

No van a dejar de remover la tierra: había sido el deseo del rey Enrique y a la abadía le hará mucho bien... demasiado.

Escarban.

Herbert James Draper, "Lancelot y Ginebra" (1890)
Herbert James Draper, Lancelot y Ginebra (1890)

Y narra Giraldus Cambrensis -el cronista- que, al final, un enterramiento sin nombre se abriría a la luz. Y que en su interior se hallaron dos esqueletos y una cruz: uno de ellos tenía, cuentan, dicen... los dedos enredados en un mechón de cabellos rubios -tan rubios como los de Ginebra: la reina... la hermosa reina de Camelot-.

William Camden, "Cruz encontrada en la tumba de Arturo" (1607)
William Camden, Cruz de plomo encontrada
en la tumba de Arturo
 (1607)
Y, en la cruz, alguien había grabado palabras.

Las leen.

Los monjes agarran la cruz y leen lo que trae escrito, poniendo voz a las palabras tanto tiempo calladas.

Y las palabras hablaron al ser leídas para que se las escuchara... que <<Aquí yace enterrado el ínclito rey Arturo con Ginebra su esposa, en la isla de Ávalon>>. 🙃


Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 29 de junio de 2012 en el blog Cuentos de Brocelianda

"Beato de Fernando I y doña Sancha" (BNE Vitr/14/2). Detalle
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