🌿 El lápiz de las dríades 🐦✨️

Dicen que, cuando el viejo árbol que habitan se muera, ellas morirán con él ... Que las dríades -las hermosas ninfas que pueblan cada rincón entre todas las hojas del mundo... entre raíces, ramas y flores- en sus manitas solo tienen el tiempo con el que cuenta el árbol al que están unidas ... La tarde que las vi por primera vez , una de esas tardes luminosas y tibias de principios de febrero en las que la vida se afana por renacer con tanta fuerza que es imposible que, sobre la tierra, haya alguna criatura -por anciana o niña que sea- que no perciba esa lucha, que no se estremezca ante ese grito mudo... John William Waterhouse,  Hamadríade  (1895) Que no alce los ojos al cielo y suspire de alivio: - Ya se van -se oirá decir a todos los ojos, muy bajito, casi con miedo-: las sombras, todas las sombras se van ya ... Esa tarde -decía-, las dríades me hicieron un regalo:  el precioso lápiz que unos duendes elaboraron para mí , siglos atrás , con madera de espino blanco y unas poquitas esm

Ladrones de lágrimas


Al sol se le oye llorar cuando se muere...

Cada tarde, cada tarde se le oye.

Muy bajito.

Tienes que poner mucho cuidado. Fijarte bien. Que su llanto no está hecho de voz. Ni sus lágrimas son líquidas...


Con luz, enrojecida y dolorosa, que se cuela por entre los raíles de las vías del tren. Y se condensa en charquitos de lágrimas que te salpican cuando los vagones del convoy les pasan por encima. Y los deshacen...

En mil gotitas.

Los deshacen.

Por eso a todo el mundo le gustan las estaciones de tren. Por eso les gusta sentarse, al atardecer, en los bancos de piedra que jalonan sus andenes.

A esperar.

Y mirar arriba. Arriba. Por encima de la cabeza del hombre de la bandera.

Al cielo.

Y, aunque sé que no me creerás, te voy a contar un secreto: presta atención, porque no sabes que, muchos de los viajeros que ves a esa hora en los andenes, ni siquiera lo son. No sabes que no están allí para coger un tren. Ni que algunos quizá mueran sin haber subido a uno.

Pero les da igual.

Porque lo que ellos buscan en la estación no es el traqueteo amodorrado de los trenes. Ni su incansable historia de caminos y más caminos. Ni siquiera las almas que escupen y que recogen a cada paso, les interesan: ellos solo quieren pararse con las manos extendidas y recoger lágrimas.

Con las palmas formando cuenquitos.

Muchas lágrimas...

Cuantas más, mejor.

Las lágrimas del sol que llora porque se muere y solo se oye morir en la estación.

Hasta mañana.

Hasta mañana que regresen de nuevo. A por más lágrimas. Cuando el sol se esté muriendo...

Regresarán.

✏️ Imagen de cabecera: Anónimo

Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 30 de octubre de 2012 en Cavea. Revista Cultural 2.0

"Beato de Fernando I y doña Sancha" (BNE Vitr/14/2). Detalle
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