Al sol se le oye llorar cuando se muere...
Cada tarde, cada tarde se le oye.
Muy bajito.
Tienes que poner mucho cuidado. Fijarte bien. Que su llanto no está hecho de voz. Ni sus lágrimas son líquidas...
El sol llora con luz.
Con luz, enrojecida y dolorosa, que se cuela por entre los raíles de las vías del tren. Y se condensa en charquitos de lágrimas que te salpican cuando los vagones del convoy les pasan por encima. Y los deshacen...
En mil gotitas.
Los deshacen.
Por eso a todo el mundo le gustan las estaciones de tren. Por eso les gusta sentarse, al atardecer, en los bancos de piedra que jalonan sus andenes.
A esperar.
Y mirar arriba. Arriba. Por encima de la cabeza del hombre de la bandera.
Al cielo.
Y, aunque sé que no me creerás, te voy a contar un secreto: presta atención, porque no sabes que, muchos de los viajeros que ves a esa hora en los andenes, ni siquiera lo son. No sabes que no están allí para coger un tren. Ni que algunos quizá mueran sin haber subido a uno.
Pero les da igual.
Porque lo que ellos buscan en la estación no es el traqueteo amodorrado de los trenes. Ni su incansable historia de caminos y más caminos. Ni siquiera las almas que escupen y que recogen a cada paso, les interesan: ellos solo quieren pararse con las manos extendidas y recoger lágrimas.
Con las palmas formando cuenquitos.
Muchas lágrimas...
Cuantas más, mejor.
Las lágrimas del sol que llora porque se muere y solo se oye morir en la estación.
Hasta mañana.
Hasta mañana que regresen de nuevo. A por más lágrimas. Cuando el sol se esté muriendo...
Regresarán.
✏️ Imagen de cabecera: Anónimo
Este relato apareció publicado, por primera vez, el día 30 de octubre de 2012 en Cavea. Revista Cultural 2.0
✨️✨️ No te vayas, peregrin@, sin dejar un comentario... 🙏🏻 Que, mientras esté formulado desde el respeto, será muy bien recibido 🙃✨️✨️
✨️ Lola ✨️
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por ser parte de mi mundo 😇🙏🏻