Imagina la explosión. Imagínala.
Yo no soy capaz, por más que trate de hacerlo, por más que intente cerrar los ojos para no ver lo que ellos vieron: nada.
Entre el fuego y la ceniza.
Nada.
El Vesubio explotó, explotó mientras Roma entera enmudecía en su bullicio estival, y escupió gases: el Vesubio... y cachitos de piedra pómez, y arena y cenizas muy negras y ardientes que se elevaron decenas de kilómetros, hasta el cielo. Fue una mañana que se hizo de noche al mediodía. Y sería más tarde, esa madrugada, cuando iba a dejarse caer sobre Pompeya el escupitajo negro del volcán.
Se apagaron entonces todas las luces, viajer@, las apagó una capa de cenizas que tenía de cuatro a seis metros de espesor: se apagaron las lucernas que aún brillaran a esa hora; lo hicieron los miles de corazones que no consiguieron escapar de aquel infierno.
Alberto Pisa, La casa del fauno |
Habían transcurrido ya aquel día 79 años desde que naciera Jesucristo. Era el 24 del mes de agosto y Pompeya una ciudad próspera habitada por prohombres que, hasta ese instante, apenas si habían tenido miedo a la adversidad.
El amanecer siguiente lo iba a describir Plinio el Joven, el chiquillo cuyos ojos fueron testigos de la muerte desde la distancia, y lo haría así: (…) A nuestros ojos, todavía medrosos, todo aparecía bajo un nuevo aspecto, cubierto por una capa de ceniza.
✏️ Imagen de cabecera: Adolf Rettelbusch, Pompeya
El presente relato fue publicado, por primera vez, el día 14 de junio de 2012 en mi viejo blog: Cuentos de Brocelianda.
Para que no se pierdan en el olvido, dejaré que dormiten aquí, bajo estas poquitas líneas, el comentario que recibió en aquel momento y la respuesta que yo le di 🙈, mira:
✨️✨️ No te vayas, peregrin@, sin dejar un comentario... 🙏🏻 Que, mientras esté formulado desde el respeto, será muy bien recibido 🙃✨️✨️
✨️ Lola ✨️
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Gracias por ser parte de mi mundo 😇🙏🏻